4.12.06

a 13 horas...

...las olas no se atropellaban. Se dejaban paso unas a otras. Y a la arena no le importaba desaparecer todas las noches, ni siquiera se resignaba a aguantar de nuevo la respiración bajo el agua, porque sabía que, al amanecer, las luces del paseo seguirían allí, velando por ella.

Ahora guardo la ciudad velada de niebla (como la foto que nunca te hice) y la cuadrícula número 30 de tu bloc de notas. Guardo en un bolsillo cinco olas rompiendo contra las rocas y las lágrimas que se escaparon en la sala con aquella película de video casero.

Te guardo en los cigarros que fumo en cada estación. Voy a consumirte. Así, cuando mañana despierte, sólo tendré que recoger las cenizas.