Pero qué hago yo aquí

11.2.07

post con retraso

Me alegro de que hoy haga frío porque he puesto las sábanas rojas. Y de escribir a lápiz porque reescribir se hace mucho más fácil.

Alguien tira de la cadena por la colmena y algo me dice que es mi vida la que viaja por las cañerías (mejor viaja que baja, bendito lápiz).

He pasado la vista por una de las estanterías y me han entrado ganas de releer un libro. Pero, hoy por hoy, no soy capaz de releerlos. Y una cosa me lleva a la otra y acabo divagando sobre la prostitución intelectual de los escritores. Qué más da sexo que palabras, en muchos casos.

La cuestión es que ya no me apetece tanto escribir aquí. Muchas de las personas que formaban parte de mi mundillo bloguero ya no están y es como si algo cojeara. Mi mesa también cojea, pero con un poco de papel debajo el problema ya se soluciona. Aquí no puedo poner papel.

Me apetece hacer otras cosas. Eso es todo. Recogeré mis papeles en unos días y... voilà!

15.12.06

los buenos días

Hoy me he llevado bien con la universidad, sólo me han hecho falta cinco años y acabar la carrera. Y voy barriendo las miserias ajenas que quedaban por el salón, ya sólo hay unas pocas en una esquina, pero las tengo acorraladas con la escoba. Prefiero perseguir seis trenes al día porque la adrenalina me sube los coloretes a la cara. Y sigo siendo insignificante entre cuatro millones, pero la música me pasa directamente a las venas desde el cable pelado del ipod. Y me gusta. Me gusta en veinte idiomas. Oídos meloreceptores y escribir por entre los renglones de un guión horrible de MTV. La catarsis en horario fijo. Y cada vez me gustan más tus barrios. Todo bien.

4.12.06

a 13 horas...

...las olas no se atropellaban. Se dejaban paso unas a otras. Y a la arena no le importaba desaparecer todas las noches, ni siquiera se resignaba a aguantar de nuevo la respiración bajo el agua, porque sabía que, al amanecer, las luces del paseo seguirían allí, velando por ella.

Ahora guardo la ciudad velada de niebla (como la foto que nunca te hice) y la cuadrícula número 30 de tu bloc de notas. Guardo en un bolsillo cinco olas rompiendo contra las rocas y las lágrimas que se escaparon en la sala con aquella película de video casero.

Te guardo en los cigarros que fumo en cada estación. Voy a consumirte. Así, cuando mañana despierte, sólo tendré que recoger las cenizas.

23.11.06

such a shame, shame, shame

Lo peor de enamorarse con la cabeza en el hombro de alguien es la resaca. Sobre todo cuando vas a coger un tren dentro de una hora que te va a llevar a la otra punta del país.

Lo peor de enamorarse con una carcajada es la pena posterior. Sobre todo cuando vas andando de vuelta a casa y cada paso es de grande como una galaxia.

Lo peor de los juegos entre dos personas, aunque sea preguntando palabras al azar con un diccionario en mano (soledad, cocina, intruso), es enamorarse.

Xixon... suena a dolor de cabeza. Claro que es lo normal después de lo del diccionario. Doce horas no son nada, claro, pero a cada kilómetro voy a buscarte debajo de cada asiento, de cada vagón, por si acaso no hubieras cogido ese avión.

Llévame a Seattle y quiéreme, baby.

20.10.06

invisible

Claro, las cosas cambian. Un año pasa muy rápido, lo ves a lo lejos andando apresurado y haciéndote un gesto desdeñoso con la cabeza como queriendo decir Ahí te quedas, palurdo. Pero detrás de él ves que se acerca andando otro año con cara de ingenuidad y con la mochila vacía. Entonces es cuando abres los ojos y empiezas de nuevo. Con energía o sin ella, da igual, no te queda otra que (re-re-re-re) recomenzar.

Dicen que ya han descubierto la fórmula de la invisibilidad. A mí personalmente me fascina. Pienso hacerme con ella para espiarlos a todos cuando se queden solos. Me lo dijeron hace mucho, eso de que sólo se es uno mismo cuando se está solo. A ver si así consigo entender por fin los entresijos de la naturaleza humana.

21.9.06

el imaginario ruge

Y si canta un cuervo qué más me da, que se quede en su gárgola de palacio gótico, que pienso subir por la calle contando las baldosas como si fuera una lanzadera espacial. Quién podrá negarnos que los arcos en calles estrechas te llevan a Plutón cuando los cruzas cogidos de la mano. Puestos a inventar reglas, sería mejor que cerráramos los ojos, así nos oiríamos mejor y todo seguiría estando en el mismo punto que cuando te silbé sin que me vieras. Claro que quizás el mercader de sueños ha vuelto a jugarme una mala pasada y me ha endosado una fantasía barata. Otra más.

10.9.06

un espigón


Sabían que beber vino junto a aquel faro era algo que nadie les había enseñado a hacer. Elitistas entre pescadores, que dirían algunos. Al fin y al cabo todos estaban allí por el mismo mar. A veces pasaba un barco diminuto rodeado de cientos de gaviotas y todos guardaban silencio. A veces las olas les pasaban por encima y ninguno de ellos se quejaba, claro que no. A veces el pequeño faro rojo era el único punto cardinal del mundo. Y a mitad de camino entre la luna y la ciudad, todos eran los héroes de todos.